Publicado: 01.06.2012
En julio de 2007 Gabriela Blas cuidaba llamos en
el altiplano. Dos animales se perdieron. Dejó sólo a su hijo -de tres
años- para ir a buscarlos. Al volver no encontró al niño. El cuerpo de
Domingo Eloy aparecería en diciembre de 2008. La misma mujer dio aviso a
la policía, pero fue detenida y responsabilizada por la muerte. Pasó
tres años en prisión preventiva y denunció maltrato policial. Fue
condenada a 10 años en un juicio que luego fue anulado, pero en el
segundo proceso la pena se elevó a 12 años. Diversas organizaciones
solicitaron el indulto del Presidente Piñera. El martes 29 el Mandatario
respondió: sólo le rebajó la pena a seis años. Esta es la historia de
Gabriela Blas y de su amargo periplo por unidades policiales y
tribunales. La investigó Gabriel Galaz, un estudiante de Periodismo de
la U. Alberto Hurtado que abordó al caso hasta en sus mínimos detalles
para redactar su tesis.
ESTANCIA CAICONE, 23 DE JULIO DE 2007
Gabriela Blas no encontraba a su hijo. Una hora antes dejó a Domingo
Eloy, de tres años y 11 meses, sobre un aguayo y con una manta mientras
iba por dos llamas rezagadas. Cuidaba el ganado de Cirilo Silvestre.
Eran las seis de la tarde y oscurecía. Miraba en todas direcciones. Su
hijo no era tan pequeño como para perderse entre las piedras y la paja
brava. Estaba sola en la árida pampa del altiplano de Arica, rodeada por
las crestas de las montañas que cortaban el horizonte cada vez más
anochecido. Gabriela Blas declaró tiempo después que llamó y llamó a
Domingo Eloy. Le respondía el viento helado que golpeaba sus oídos.
La casa donde alojaban estaba a un kilómetro. Detrás de una loma.
«Quizás se fue para allá», pensó ella. Dejó todo y partió. Buscó en las
tres cabañas de la estancia. «¡Domingo! ¡Hijo!». Los perros ladraban.
Esa mañana su hijo no quiso ponerse zapatillas. Salió con chalas.
Tampoco llevó su parka. Nada le permitiría soportar a la intemperie los
20 grados bajo cero de esa noche.
Pensó que el niño pudo tomar otro camino que rodeaba la loma. Salió a
su encuentro, pero de nuevo estaba sola en el mismo lugar donde lo vio
por última vez. La luna nueva apenas permitía distinguir el suelo. Gritó
con más fuerza «¡Domingo! ¡Dominguito!». Se movió rápido para soportar
el frío. Cuando no pudo más, tomó el aguayo, la manta, una radio a pilas
y arreó la “tropa” -como le llaman al rebaño-, hacia los corrales.
Tres años más tarde, Gabriela Blas recordaba cada detalle. «Domingo
tenía gorro celeste tejido a palillo, su polera mangas cortas color
rojo, aquí adelante con dibujo de un auto. Y después un polerón con
mangas largas azul. Y arriba, de chaleco, tenía un polar. Verde cuellos y
el cierre, y el puño es azul. Tenía su ropa interior color verde. Su
panty, tejido, color gris y el pantalón, buzo, azul con ambos lados
cinta roja. Y tenía calcetín tejido a palillo», declaró.
Recordaba que al llegar a la casa prendió el fuego de la cocina y
sintonizó Radio Parinacota que anunció la hora. Eran las nueve.
Recordaba que, al igual que los días anteriores, se levantó a las seis.
Le preparó leche a su hijo. Cocinó guiso de fideos para el almuerzo. Que
a su hijo le llevó de colación un yogurt, galletas y una mandarina.
Para ella, charqui de llama y una botella de agua con jugo de sobre. Que
a las ocho salieron con la “tropa” de 150 animales hacia el rincón del
cerro Titire. Que la caminata duró dos horas. Cargaba a Domingo Eloy en
su espalda, sujetado con el aguayo. A ratos lo dejaba corretear. En el
lugar prendió un fuego para espantar al zorro. Sacó su tejido, sintonizó
la radio y se sentó con el niño a vigilar los animales.
Recordaba
que no conversaron mucho. Gabriela Blas estaba en su período. Se
cansaba más que de costumbre. Domingo Eloy le preguntó cuándo irían
donde sus primos a ver televisión. Sacó las cuentas. Era el sexto día.
En diez volvían a Alcérreca. A las dos de la tarde apagó el fuego para
regresar. Llegaba la “sombra” y con ella el frío. Era la noche que
llegaba por el este.
Recordaba que caminaba al final de la tropa con el niño en
el aguayo, la radio prendida y que tejía. Se equivocó de punto al llegar
a una pirca. Se distrajo. Revisó el rebaño. Faltaban dos llamos. Le
pagaban tres mil pesos. Cada llamo costaba unos 30 mil pesos. El salario
de esos quince días de trabajo no le alcanzaría para pagar los animales
perdidos. Recordaba que bajó a Domingo Eloy de su espalda. Lo sentó en
el aguayo y le dijo: «Domingo: el llamo se quedó atrás. Tengo que ir a
buscar y me vas a esperar, ¿ya hijito?». «Ya mamá, ¡pero vuelves
rápido!».
Se acordó de las huellas. Tres años más tarde, en el juicio en su
contra por abandono con resultado de muerte, relató a los jueces del
Tribunal Oral de Arica que dejó al niño a unos metros de la pirca,
porque si había un temblor podría caerle una piedra encima. También les
dijo que no buscó el rastro de su hijo. Sabía que eso era lo primero que
debía hacer.
A las seis de la mañana del día siguiente se paró sobre la loma
frente a la casa. Repasó con la mirada la tierra tras el cuerpo de su
hijo. Nada. Si estaba afuera, estaba muerto. Alimentó a los perros y dos
animales huachos que le había encargado Cirilo Silvestre. A las ocho
llevó la “tropa” donde se le había perdido el niño.
Descubrió las huellas de Domingo Eloy. Iban al noreste. Era bueno
para caminar. Bajaba por la quebrada Huaylas hasta la casa de sus
abuelos. Siguió el rastro por dos kilómetros, hasta una salina que
llaman Laguna Blanca, donde las marcas desaparecían.
El sol clavado sobre su cabeza marcaba el mediodía. Debía pedir ayuda
a su familia. Regresó a Alcérreca por la línea del antiguo tren
Arica-La Paz. Caminaba con remordimiento y miedo. No había seguido las
huellas. Gabriela Blas no sabía que el rastro perdido de Domingo Eloy la
llevaría por retenes de Carabineros, tres años de prisión preventiva,
la pérdida de otro hijo, dos juicios y dos condenas. Las huellas de su
hijo terminaban con ella en la cárcel de Acha, en Arica.
I.
Alcérreca es un caserío ubicado a 3.800 metros sobre el nivel del mar
y a 197 kilómetros de Arica. Tiene una treintena de casas de adobe y
techos de paja o zinc. Hay una plazuela donde está la escuela, una
estación del antiguo ferrocarril Arica-La Paz y un retén de Carabineros.
Lo habitan tres familias. Llega un bus una vez a la semana: Transportes
Gatica. Sale de Arica al mediodía. Se va por el valle del río Lluta.
Pasado Putre serpentea hacia el norte por la ladera poniente del volcán
Nevados de Putre. A mitad de camino un letrero advierte: «Sr. Turista:
Ud. se encuentra a una altura de 5.250 m.s.n.m.».
El poblado pertenece a la comuna General Lagos. Una zona conocida
como Altos de Arica. Limita al este con Bolivia y al oeste con Perú. Es
exactamente la punta de Chile. La altura varía entre los 3.800 y 4.500
metros sobre el nivel del mar. Siete de cada diez habitantes son
aymaras.
El clima es duro. De noviembre a marzo es el “invierno boliviano”.
Las lluvias arrastran caminos, casas, ganado, minas antipersonales. El
resto del año es seco y frío. Los meses más helados son julio y agosto.
En el día la temperatura promedio es de -1° C y en la noche baja hasta
los -10° C.
El retén de Carabineros de Alcérreca tiene una dotación de tres
funcionarios. Su mayor preocupación son los “burreros” que cruzan la
frontera con droga. La gente del lugar no es problema. Son en su mayoría
mujeres y ancianos. Salen de madrugada a la pampa a pastorear y vuelven
al atardecer.
En Chile los aymaras son alrededor de 48 mil personas. Se concentran
en Arica e Iquique, donde viven cerca de 23 mil y 9 mil,
respectivamente. El artículo Estimado indígena y pobreza indígena regional con datos censales y encuestas de hogares
(2010), señala que un tercio de ellos está bajo la línea de la pobreza.
Es decir, según la última encuesta Casen (2009), sus hogares cuentan
con menos de 43 mil pesos para el mes.
***
Gabriela del Carmen Blas Blas nació el 2 de febrero de 1983 en Fondo
Huaylas, o de Huaylillas, diez kilómetros al norponiente de Alcérreca.
El lugar está literalmente “al fondo” de la quebrada del río Huaylas. Es
un rincón al que se llega luego de una hora de caminata. Su familia
pertenece a dos comunidades aymaras inscritas en la Corporación Nacional
de Desarrollo Indígena (Conadi).
Su padre es Raimundo Blas Choque y la madre Ramona Blas Alave. Él
tiene 78 años; ella 73. Hablan poco castellano. Su lengua es el aymara.
Ramona Blas es evangélica. En cambio Raimundo cree en las “costumbres”.
Así llaman a los mitos y ritos heredadas de la tradición cultural
aymara.
El certificado de matrimonio dice que la pareja se casó en Putre el 7
de agosto de 1978. Como es la “costumbre”, el hombre se llevó a las
tierras de su familia a la mujer para que fuera su esposa. Ramona era de
Alcérreca. Tuvieron siete hijos. Todos nacidos en Fondo Huaylas.
Gabriela Blas es la penúltima. El menor murió a los siete años. Tres
viven en Arica y dos en localidades cerca de la casa paterna.
Dicen
los que viven en esos lugares que son pastores «desde siempre». Hay dos
tipos de pastores: los “kamiris”, dueños de tierras y gran cantidad de
ganado, y los que pastorean “al partir”. Se los llama así porque cuidan
ganado ajeno y deben dejar sus hogares mientras dura el trabajo.
Reciben un salario precario o se reparten las ganancias con el dueño.
El pastor sale a pampa abierta. No hay cercos. Dependiendo del número
de ganado va solo o acompañado. Para un centenar de animales basta con
uno. En tiempo del invierno boliviano llevan la “tropa” a los cerros. El
resto del año se usa un sistema de alternancia que llaman “pastorear en
el seco”. Se lleva a la “tropa” un par de días «a los cerritos, pampas,
las quebradas, en todo los lugares», cuenta Gladys Vásquez Poma,
pastora “kamiri”. Luego se los lleva un día a las riveras de ríos,
humedales o vegas, donde crece el bofedal.
La mayor preocupación no son las minas antipersonales que las aguas
del invierno boliviano se llevó quién sabe dónde. Tampoco el ataque de
un zorro, puma o cóndor. Lo que más temen es perder un animal, porque
son descontados por el dueño. A veces no se alcanza a pagarlos con el
sueldo.
***
Gabriela Blas aprendió a pastorear a los seis años donde su hermana
Lucía en Pahuta, 18 kilómetros al noreste de Alcérreca. Vivió tres años
con ella, que ya estaba casada. Sus padres no tenían dinero para
mantener la familia. En la mañana caminaba 11 kilómetros a la escuela en
Ancocalani. En la tarde ayudaba con el cuidado de su sobrino. El fin de
semana llevaba el ganado a pastar. Su recuerdo de aquella época es de
maltrato: «Me golpeaban siempre», declaró.
A los nueve regresó a Fondo Huaylas. Vivía con su madre y su hermano
Cecilio, tres años mayor. Caminaban juntos 10 kilómetros para ir a la
escuela de Alcérreca. El único profesor era Pedro Taucanea. Llegó hasta
6º básico. A Cecilio se le permitió continuar los estudios en un
internado en Visviri. En cambio, Gabriela Blas, con 12 años, debió
quedarse para ayudar en la casa. La mayor parte del día lo pasaba al
cuidado del ganado familiar: 40 ovejas y 20 llamas.
Cecilio era su amigo y confidente. La persona más cercana en su
hogar. Sus hermanas mayores vivían en otros poblados. Su padre trabajaba
en Arica. Gabriela Blas declaró que la relación con la madre era
distante. A los 15 años tuvo su primera relación sexual. Era 1998 y fue
con Cecilio. Mantuvieron encuentros sexuales esporádicos, cuando él iba
de visita a Fondo Huaylas. No se lo contaron a nadie.
***
El 4 agosto de 1999, Cecilio Blas denunció en la Tenencia de
Carabineros de Visviri que su hermana Gabriela había sido violada por
Alejandro Blas Alave, un tío por el lado materno.
Gabriela Blas constató las lesiones en el consultorio de Visviri.
Hubo un careo con el imputado. La Policía de Investigaciones tomó
declaraciones. El Servicio Médico Legal realizó un peritaje cuyo informe
concluía: “Examen compatible con lo narrado”. Alejandro Blas Alave
declaró que su sobrina había consentido tener relaciones sexuales con
él. Luego de tres meses el 2º Juzgado del Crimen de Arica decretó el
sobreseimiento temporal de la causa.
Gabriela Blas quedó embarazada. Los padres la mandaron a Arica a
tener la guagua. Se quedó en la casa de su hermano Víctor. El 10 de
abril de 2000 nació Ricardo Elías. El niño tenía problemas en las
caderas y un deterioro neuronal. Necesitaba cuidados especiales. La
madre, de 17 años, no se podía hacer cargo. La responsabilidad la asumió
Víctor. El 2006 Gabriela Blas le entregó la tuición.
Dos años después de la denuncia demandó a su tío por la paternidad.
Alejandro Blas Alave la asumió voluntariamente. Pero sus padres y
hermanos le reprochaban haber denunciado a su tío. «La postura
sancionadora de la familia, que le atribuyó cierta cuota de
responsabilidad en su embarazo, incrementa el distanciamiento de la
familia hacia Gabriela», señaló la asistente social Amelia Challapa en
un peritaje social.
A fines de ese año, Gabriela Blas regresó a Fondo Huaylas. Sin
embargo, consiguió trabajo como ayudante de cocina en un restaurante de
paso en Zapahuira, 30 kilómetros al sur de Putre. En el local conoció a
Eloy García, un chofer de camiones de la empresa Quiborax. Tuvieron una
relación sentimental esporádica. Se veían solo cuando García pasaba por
el lugar. A los seis meses, Gabriela Blas quedó embarazada. El hombre no
quería saber nada de hijos. Ella regresó a Fondo Huaylas. El 8 de
agosto de 2003 nació Domingo Eloy. El parto fue en la casa, atendido por
el padre de Gabriela.
Criaba a su hijo y trabajaba como pastora “al partir”. Cuando tenía
que estar varios días fuera, dejaba a Domingo Eloy al cuidado de su
hermana Emiliana, que vivía con su marido en Alcérreca.
Se reencontró con su hermano Cecilio. En enero y febrero de 2006 se
fueron a trabajar a Pozo Almonte. Convivieron dos meses. Quedó
embarazada. Gabriela Blas partió a la casa de su tía Celedonia Choque en
Arica. Los hermanos no querían que su familia se enterara de la
relación.
Claudia Nataly Montserrat nació en el Hospital de Arica el 20 de
noviembre de 2006. La niña fue llevada a la Corporación para la
Nutrición Infantil (Conin) de esa ciudad. Sobre las razones por las que
terminó en esa institución hay distintas versiones. La perito Amelia
Challapa señaló que en el hospital Gabriela Blas hizo “efectiva la
voluntad de ella y de su hermano de hacer entrega de la menor para que
sea adoptada”. Inés Flores, facilitadora intercultural de la Defensoría
Penal Pública, señaló en un informe que Gabriela Blas dejó a su hija
encargada a Cecilio, porque debió viajar a Alcérreca por unos días.
Cecilio Blas declaró que fue a dejar a su hija al centro «por un consejo
de un amigo, de apellido González». «La idea era dejar a la niña los
primeros seis meses y luego retirarla. Ambos decidimos que la niña
estuviera en Conin», señaló. Gabriela Blas declaró que la dejó encargada
a Cecilio y a la esposa del amigo «de apellido González». «Ella me
prometió por cinco días me lo iba a cuidar», aseguró Gabriela Blas.
Cuando regresó, ya estaba en Conin y nunca la pudo recuperar.
***
Gabriela
Blas habla castellano y aymara. La casa de Fondo Huaylas está en
tierras de su familia paterna. Lucía y Emiliana Blas, hermanas de
Gabriela, viven en las comunidades de sus maridos. «Es común que las
mujeres salgan a casarse con otras familias, y al revés, cuando los
jóvenes arman parejas traen su mujer», advierte Hans Gundermann,
antropólogo y director del Instituto de Investigaciones Arqueológicas y
del Museo R. P. Gustavo Le Paige S.J..
Siguiendo las “costumbres”, en diciembre de 2005 Gabriela hizo el
“rutuchi” o bautizo de “corte de pelo” de su hijo Domingo Eloy.
«Consiste hacer el primer corte de pelo (real o simbólico) por parte del
padrino o la madrina en un ritual ofrecido a las divinidades», señala
el texto Pautas de crianza Aymara (2006).
Se valora que los menores sean autónomos dentro del hogar. Usan la
economía como método de aprendizaje. El bautizo de “corte de pelo” sigue
esa lógica. «Como parte del ritual, les entregan un par de llamas, que
es su primer capital», señala Vivian Gavilán, académica de la
Universidad de Tarapáca, especializada en temas de género en las
comunidades indígenas del norte: «Esa independencia a veces lleva a
pensar que a los niños los abandonan o explotan».
La sexualidad se vive desde una edad temprana. Es algo natural. «La
menarquia da pie a un apetito sexual importante», explica Gavilán. «Que
las chicas tengan sexo en el campo no sorprende a nadie. Es lo que debe
ser en términos biológicos y que al mismo tiempo son sociales».
El matrimonio es relevante porque significa la reproducción y
supervivencia de la comunidad. Pesa más la opinión de una persona casada
que la de una soltera. La unión matrimonial no se disuelve bajo ningún
punto de vista. «La sanción es terrible», cuenta la antropóloga. Puede
haber infidelidad y violencia. «El castigo físico se considera como algo
normal», señala Gavilán. Sin embargo, el sistema normativo tradicional
aymara lo sanciona. Igual que los hijos fuera del matrimonio o el
incesto. «Pero los arreglos se hacen internamente». Ningún problema se
judicializa.
II.
El martes 24 de julio de 2007 Gabriela Blas buscó a su hijo hasta el
mediodía. No lo encontró y regresó a Alcérreca. «¡Dónde voy a poder ir!
No conozco para Humapalca. No conozco para Tacora, me queda lejos, igual
que a mi pueblo. Me fui adonde mis padres», declaró.
Caminó 18 kilómetros. Llegó cerca de las 19:00. «Era antes de
oscurecer», dijo. En la plaza se encontró con Pedro Taucanea, padrino de
“corte de pelo” de Domingo Eloy. «Estaba como desesperada. Me dijo que
venía a dar cuenta a Carabineros que se le había perdido el hijo»,
declaró Taucanea.
El cabo 1° de Carabineros Franklin Troncoso llevaba un año en
Alcérreca. Había visto a Gabriela Blas y a Domingo Eloy en Fondo
Huaylas. La hizo pasar a la guardia cerca de las 20:00. Ella le contó lo
mismo que declararía en el primer juicio en su contra por abandono de
menor con resultado de muerte: que el lunes 23 de julio estaba
pastoreando en Estancia Caicone; que se le habían quedado rezagados dos
llamos; que había dejado a su hijo sobre el aguayo; que al volver, una
hora después, su hijo ya no estaba; que lo buscó hasta la noche del 23 y
en la mañana del 24.
Troncoso le preguntó a qué hora había dejado al niño. «Como a las
17:00», contestó la denunciante. Después por qué fue ese día y no el
anterior. El cabo relató en el primer juicio: «Me dijo que tenía que
guardar los animales y que por eso no había… [hace una pausa]. Y se le
hizo tarde, por eso no pudo venir ese día. Y concurrió el día de hoy
(sic) a las 20:00. El día que llegó manifesté… (hace otra pausa). Motivo
que en la mañana ella sacó los animales para pastorear, para buscar una
búsqueda ella para poder encontrarlo (sic) y llegó a esa hora al retén a
solicitar la cooperación de nosotros, al otro día».
Notificó de la denuncia a su superior, el sargento 1° Gerardo
Schroeder, y se preparó para salir en la pesquisa junto a otros
funcionarios. Era de noche y había 10 grados bajo cero. Cuando salía,
Gabriela Blas habría cambiado su declaración. «Cuando el personal iba a
salir al sector de Caicone a buscar la búsqueda (sic), ella
espontáneamente me manifestó que en el lugar había llegado el papá del
menor, acompañado de otra persona, acompañado de un vehículo,
solicitándole que le entregara el menor, y a raíz de la discusión que
ella mantuvo con esta persona, con Eloy… Eloy… no me acuerdo el otro
apellido, manifestó que el niño se había asustado y se corrió del lugar,
y por eso se le había perdido», señaló Troncoso.
***
Gabriela Blas dijo a la justicia que los carabineros la trataron con
dureza. La increparon por no ir al retén de Tacora. Estancia Caicone
pertenecía a la jurisdicción de esa unidad. «Desde Titiri para arriba,
me dicen, y yo no sabía», acusó Gabriela Blas.
Le preguntaron por qué no fue al poblado de Humapalca, a 4 kilómetros de la estancia, donde había una radio, lo que habría permitido realizar una búsqueda más rápida. «Pero yo le he dicho que no sabía eso que en Humapalca había radio comunicación para poder llamar», dijo la mujer.
Luego le preguntaron por qué su hijo mayor estaba reconocido y
Domingo Eloy no. «O será que el padre se lo ha llevado, me dicen»,
declaró la mujer. Y agregó que como las palabras de los funcionarios
policiales le sonaron en tono de amenaza, cambió sus dichos: «Tuve que
inventar que el padre se lo llevó, que vino un hombre, que dos hombres
vinieron, que Pedro Mamani, y ahí tuve que decir… ya no decir la
verdad», contó Gabriela Blas. «Les mentí porque yo no confiaba en
ellos».
El cabo Troncoso fue a la casa de Emiliana Blas, hermana de Gabriela
que vivía en Alcérreca, a contarle. Cerca de la medianoche Gabriela Blas
se habría ido voluntariamente donde Emiliana, «solicitándole que
estuviera a primera hora del día miércoles para iniciar la búsqueda en
Caicone», explicó Troncoso.
Gabriela Blas contó que pidió permiso para ir a buscar toallas
higiénicas a la casa de su hermana. «Mi hermana me dice que los
carabineros le dicen que yo esa noche me iba a quedar donde mi hermana»,
declaró Gabriela Blas. No fue notificada de que estuviera detenida. A
las siete de la mañana del día siguiente regresó al retén.
***
A la misma hora del miércoles 25 de julio arribó al lugar un grupo de
la Sección de Investigaciones Policiales (SIP) de Putre, una unidad que
no viste uniforme. Ellos se encargarían del procedimiento. El sargento
2° Fermín Vergara y el cabo 1° Juan Alvarado interrogaron a Gabriela
Blas. Luego de un rato, en que ella no hablaba, entregó una nueva
versión: el niño se le había perdido en el sector sur poniente de la
Estancia Caicone.
Un grupo de 15 carabineros y Gabriela Blas fueron al lugar. Se
organizaron en una fila horizontal, separados por cinco metros y
buscaron rastros de Domingo Eloy.
El cabo Alvarado era el encargado de conversar con ella. Estaba
casado con una mujer aymara. Sabría como tratarla. Alvarado declaró que
cuando ella hablaba «hacía un monólogo». «Hablaba, hablaba, hablaba,
narraba todo, una versión y es lo que aportaba». Después, dijo, sólo
«respondía con monosílabos».
Ese día Gabriela Blas firmó tres declaraciones en las que señalaba
distintos lugares del sector de la Estancia Caicone donde se habría
perdido Domingo Eloy. «Prácticamente recorrimos el sector completo de
todos los lugares que ella nos manifestó», indicó el cabo Alvarado. «La
búsqueda la encaminamos hacia un radio no más allá de 4 kilómetros, que
es lo que podía haber avanzado el niño», señaló el sargento Vergara. Esa
noche la SIP llevó a Gabriela Blas al retén de Tacora.
La
dinámica del segundo y tercer día de búsqueda fue la misma. «Lo que
necesitábamos era que ella nos contara la verdad de lo que había pasado,
que nos explicara dónde estaba (Domingo Eloy), para ir y hacer las
cosas como corresponde», declaró el cabo Alvarado.
Esas noches Gabriela Blas durmió en el retén de Alcérreca. «Para
agilizar, para que no fuera a Fondo Huaylas, después ir a buscarla, ella
espontáneamente manifestó quedarse en el retén», declaró Troncoso. Los
carabineros afirmaron que se quedó de forma voluntaria, en calidad de
víctima y testigo. En ningún caso detenida.
***
El viernes 27, a las 11:00, se sumaron a la búsqueda dos funcionarios
de la Patrulla de Acciones Especiales (PAE) de Carabineros de Arica: el
teniente Pedro Vargas y el cabo 1° Nelson Maldonado.
Ese día interrogaron a Gabriela Blas dos personas vestidas con
overoles verdes. Ella declaró que se identificaron como «Águilas
Negras», que le amarraron un cordón al cuello y le preguntaron qué había
hecho con su hijo; que como no respondía, la amenazaron con sumergirla
en un tambor con agua y electrocutarla. Finalmente, dijo que uno de
ellos desenfundó un arma y le apuntó. Entonces habló. Dijo que había
asesinado a Domingo Eloy y les entregó la ubicación de su cuerpo.
El cabo Alvarado declaró que llegó «20 o 40 minutos» después de los
hechos que denunció la mujer. Notó algo raro en ella. «Yo le pregunto
qué es lo que pasaba y ella me dice: “No es que sabe qué, paso esto,
esto y esto”, y conforme a lo que ella misma me narró yo di cuenta a mi
mando». Gabriela Blas identificó al teniente Vargas como la persona que
le amarró el cordón al cuello, la amenazó con electrocutarla y le
apuntó.
El capitán Rodrigo Hidalgo, de la 2ª Comisaría de Putre, ordenó que
se levantara una Acta de Declaración Voluntaria sobre lo sucedido.
Alvarado y Troncoso tomaron la declaración el domingo en el retén.
Por la denuncia de tortura de Gabriela Blas, el lunes 30 de julio
llegó a la Prefectura de Arica una orden de la 1ª Zona de Carabineros de
Tarapacá para iniciar un sumario. Al cabo de seis días, el teniente
coronel Guillermo Bezzenberger resolvió que las «formulaciones
realizadas por la ciudadana no tienen ningún sustento jurídico, por
cuanto se ha acreditado en autos que el actuar del personal, fue
ajustado a derecho».
La resolución contradice la declaración de Gabriela Blas, registrada
en el Acta de Declaración Voluntaria. El cabo Alvarado afirmó que al
levantar esa acta, la mujer le señaló que uno de los funcionarios de la
PAE, «le había rodeado su cuello con un cordón largo tipo botas, pero sin jalarlo ni causarle daño corporal, y amenazándola que la tirarían a un tambor con agua y que le pondrían corriente, desenfundar, sin apuntarle, un arma de fuego,
temor que la obligó a mentir acerca de los hechos que rodearon la
desaparición de su hijo y la ubicación donde había quedado» (lo
subrayado es del documento original).
La resolución del sumario señala que Javiera López, Fiscal Adjunta
Jefa de Arica, informó que Gabriela Blas era procesada por «abandono de
menor en lugar solitario y obstrucción a la investigación» y que la
mujer no le había «referido ningún tipo de maltrato o apremio ilegítimo
de parte de algún funcionario de Carabineros». Esto venía a ratificar y
confirmar «la falta de idoneidad y veracidad» de Gabriela Blas, porque
el Ministerio Público ofrecía condiciones de «imparcialidad,
objetividad, lugar y posición legal».
El teniente coronel Bezzenberger señaló que Gabriela Blas
«proporcionó tantas versiones que ponen en dudas (sic) su pertinencia
moral, de integridad y probidad». En definitiva, el sumario no emitió
juicio sobre los hechos denunciados, sino sobre la calidad moral de la
denunciante.
Se amonestó al capitán Rodrigo Hidalgo y se le llamó de atención al
sargento 1° Gerardo Schreoder porque no entregaron los antecedentes de
lo sucedido al Ministerio Público. El teniente Pedro Vargas, a quien se
denunció por tortura, no recibió sanción.
La fiscal Javiera López indicó que no supo del sumario de Carabineros
sino tres años después de la denuncia que lo motivó: «Es un antecedente
que apareció en el juicio oral. Nunca se hizo la denuncia a la
Fiscalía, pese a que me entrevisté muchas veces con ella».
-¿Sabe las razones de por qué no dieron crédito a la versión de Gabriela Blas?
-La verdad es que no lo sé. Yo no tuve acceso a ese sumario porque, como le digo, en juicio oral fue cuando esto apareció.
-La verdad es que no lo sé. Yo no tuve acceso a ese sumario porque, como le digo, en juicio oral fue cuando esto apareció.
-Si eventualmente usted hubiera tomado conocimiento de estos antecedentes, ¿habría tenido que investigarlos?
-Lógico, los investigo. Me interesa para la causa obviamente.
***
La fiscal López explicó que estuvo al tanto de las diligencias de
Carabineros desde el primer día: «Le puedo decir claramente que ella no
estuvo detenida, porque yo era la que daba las instrucciones en este
caso y sé como llegó a Arica, porque conversé con ella cuando llegó (…).
Me llamaba prácticamente todos los días el mayor, el jefe de zona de la
Comisaría de Putre, para contarme cómo iba el avance de la búsqueda».
Sin embargo, el sargento Vergara y el cabo Alvarado declararon en los
dos juicios contra Gabriela Blas que no dieron aviso al Ministerio
Público de las diligencias, sino hasta el domingo 29 de julio. «Yo las
declaraciones se las solicité a ella de forma voluntaria, porque
nosotros estábamos frente a una denuncia de presunta desgracia», afirmó
Alvarado.
Ese domingo, Gabriela Blas, junto con firmar el Acta de Declaración
Voluntaria por torturas, dijo que el niño lo tenía Cirilo Silvestre, el
dueño del rebaño que ella pastoreaba. Entregó su dirección en Arica. La
SIP avisó al Ministerio Público para conseguir una orden de allanar el
domicilio de Silvestre. Llevaron a Gabriela Blas a la ciudad. No
encontraron al menor. La fiscal López pidió una orden de detención
contra la mujer por obstrucción a la justicia. El cabo Alvarado, el
mismo que le tomó todas las declaraciones en Alcérreca, le leyó sus
derechos, le tomó una nueva declaración y la llevó a los calabozos de la
3ª Comisaría de Arica.
A las seis de la mañana del día siguiente, Gabriela Blas fue
trasladada al cuartel de la Policía de Investigaciones (PDI) de Arica.
Por orden de la fiscal, 20 minutos antes de ser llevada al control de
detención, el comisario Juan Carlos Carrasco y el policía Ángel
Parraguez, la interrogaron. Le tomaron una nueva declaración. Le
preguntaron cómo mató a su hijo.
***
El 30 de julio Gabriela Blas fue llevada al control de detención en
el Juzgado de Garantía de Arica luego de permanecer seis días bajo la
custodia de Carabineros. Se le asignó al abogado defensor Ricardo
Sanzana, del estudio Defex Limitada. Ni en el control de detención, ni
en la audiencia de formalización, Sanzana alegó una detención ilegal de
su defendida en Alcérreca. Tampoco advirtió al Juez de la denuncia por
tortura contra los dos funcionarios de la PAE.
Víctor Providel, Jefe de Estudios de la Defensoría Penal de Arica,
señaló que esto recién se alegó en los juicios orales contra Gabriela
Blas. Ahí, dijo, «presentamos un recurso de nulidad por infracción de
garantías fundamentales».
-Pero en el Juzgado de Garantía no se presentó nada sobre este punto.
-No se alegó.
-No se alegó.
-¿Por qué?
-Esa es una pregunta que habría que hacerle al defensor que estuvo presente en la audiencia. Cuando llegué a hacerme cargo del juicio a finales del 2009, ya eran hechos consumados. ¿Nos pesó eso? Sí, nos pesó.
Gabriela Blas quedó recluída tres años en prisión preventiva en el Penal de Acha.
Las pesquisas de la Policía de Investigaciones partieron en agosto de
2007 y terminaron en octubre de 2008. Tal como con los carabineros,
Gabriela Blas entregó distintas versiones de lo sucedido con su hijo:
que se le cayó del aguayo; que lo mató con una piedra; que lo asfixió y
luego lo remató con un palo; que lo abandonó en la línea del tren; que
se lo entregó a un boliviano.
La PDI realizó indagatorias para verificar cada versión, sin dar con
Domingo Eloy. Interrogaron a Cecilio Blas, hermano de Gabriela. El 24 de
agosto de 2007 le tomaron una muestra de saliva para obtener su perfil
genético. Cecilio Blas confesó que tuvo relaciones sexuales con su
hermana. El funcionario de la PDI Ángel Parraguez señaló que Cecilio
Blas entregó la muestra voluntariamente y que se le advirtió que podía
ser autoincriminatoria. Pero no cumplió con la obligación legal de dejar
constancia de ello. Tampoco que podía incriminar a Gabriela Blas.
El 13 de octubre del 2008 se realizó la audiencia de cierre de
investigación. Cecilio y Gabriela Blas fueron formalizados por el delito
de incesto. A ella, además, se la acusó de obstrucción a la justicia y
de abandono de menor en lugar solitario.
***
Domingo Eloy estaba boca abajo, en Palcopampa, a los pies del volcán Tacora.
El
2 de diciembre del 2008 el pastor aymara Fortunato Tapia Calizaza
encontró el cuerpo de un niño con las ropas que Gabriela Blas declaró
que llevaba su hijo. Había pasado casi un año y medio de su
desaparición. Los calzoncillos largos, la polera, el polerón, el polar,
el pantalón de buzo. El gorro de lana se hallaba a unos metros del
cuerpo. Los calcetines, guardados en el bolsillo del buzo. Un poco más
lejos estaban las chalas.
El cuerpo estaba a 18 kilómetros de dónde lo dejó la madre. A siete
kilómetros del pueblo más cercano. Para llegar a Palcopamapa el niño
tuvo que bajar la quebrada del río Azufre; cruzar el río, con un caudal
de medio metro; subir la quebrada; esquivar socavones de cuatro metros
de ancho; y caminar seis kilómetros por la pampa. «Este camino tiene una
particularidad», declaró Roberto Arias, funcionario en retiro del
Ejército: «Está obligado a pasar por un campo minado».
El peritaje del Servicio Médico Legal (SML) señaló que la causa de
muerte era «indeterminada». Además, por el estado de preservación del
cadáver, era «extremadamente difícil definir una fecha exacta de
muerte». El perito de la defensa, Luis Ravanal, llegó a las mismas
conclusiones. Agregó que no había «signos de acción de terceros». A su
vez, el examen histológico realizado por el SML de Santiago reveló que
no había «elementos suficientes para formular una hipótesis de causa de
muerte».
***
Claudia Nataly Montserrat, la hija de Gabriela Blas con su hermano
Cecilio, fue declarada susceptible de ser adoptada el 11 de septiembre
de 2008. El proceso se inició en febrero. La madre estaba en prisión
preventiva, a la espera de juicio. Sobre ella había una presunción de
inocencia. Sin embargo sus antecedentes le pesaron. «En el caso de
Gabriela influyó que ella entregara la custodia de su hijo mayor, que
estuviera procesada por abandonar a otro hijo y que no diera señales de
preocupación por Claudia», señaló Viviana Matta, directora del Servicio
Nacional del Menores (Sename) de Arica.
La menor llevaba un año en Conin. Su directora, Marisol Molina,
señaló que la madre «nunca fue a buscar a la niña». Gabriela Blas
declaró, en cambio, que se presentó en la institución: «Me dijo que
tenía que tener contrato de trabajo, una madre que tenga una casa
habilitada y que esté en buen estado para poder tener a la Claudia». Su
hermano Cecilio declaró que «hizo todo lo posible por retirarla».
La ley establece que la sentencia de adopción es irrevocable.
Personas que conocieron el caso señalaron que Claudia Nataly fue dada en
adopción internacional. Perdió sus tres nombres y dos apellidos. Se le
asignó un nuevo RUT. Sus padres adoptivos estuvieron con ella en Arica.
En una carpeta se llevaron el nombre y origen étnico de sus padres
biológicos. «Aún si Gabriela no hubiera sido condenada, si el tribunal
había determinado que existían las causales suficientes para que la niña
fuera declarada susceptible de ser adoptada y se había fallado su
adopción, desde un punto de vista legal, habría sido prácticamente
imposible que recuperara a su hija», explica Denissa Donaire, jefa del
Programa de Adopción de Fundación Mi Casa.
III.
El primer juicio oral contra Gabriela Blas partió el lunes 5 de abril
del 2010 y terminó el sábado siguiente. El Ministerio Público,
representado por la fiscal Javiera López, sostuvo en su alegato de
apertura que Gabriela Blas no cumplió su obligación de madre «garante de
la seguridad de su hijo». Su modo de actuar iba «incluso contra las
leyes de la naturaleza». Alegó que aquellos son roles transculturales,
«que van con el contenido genético y biológico de una madre».
No era un problema étnico. El altiplano es un lugar hostil. No se
puede dejar a un menor en un lugar así. Tampoco fue un accidente, como
el de un niño que cae a una piscina. «Si se equiparara a ese ejemplo,
doña Gabriela Blas Blas empujó a su hijo a la piscina y se aseguró que
nadie lo rescatara», concluyó la fiscal.
El defensor, Víctor Providel, señaló que los aymaras «son distintos a
nosotros». Tienen otras costumbres y forma de ver el mundo. En
Alcérreca, dijo el abogado, Gabriela Blas fue tratada como imputada. Y
un imputado no está obligado a declarar, «incluso tiene derecho a
mentir».
Providel explicó que la PDI recibía 300 denuncias anuales por
presunta desgracia de menores de siete años. Sesenta nunca son
aclaradas. «Jamás se ha iniciado una investigación de alguien que haya
sufrido esta desgracia», dijo.
Por la fiscalía se presentaron siete testigos y ocho peritos. Por la
defensa, tres testigos y cuatro peritos. Además, Gabriela Blas subió al
estrado a declarar. Repitió lo mismo que le dijo al carabinero en
Alcérreca cuando hizo la denuncia por presunta desgracia: que el lunes
23 de julio estaba pastoreando en Estancia Caicone; que se le habían
quedado rezagados dos llamos; que había dejado a su hijo sobre el
aguayo; que al volver, una hora después, su hijo ya no estaba; que lo
buscó hasta la noche del 23 y la mañana del 24.
Fue condenada a diez años y un día de cárcel. Los miembros del
tribunal determinaron que su comportamiento «errático» acreditaba «una
conducta anómala para una madre», cualesquiera que fuere «su origen
étnico». Como mintió, no podían dar «verosimilitud a su versión de
extravío». Llegaron a la convicción de que «tuvo la suficiente frialdad y
audacia de crear diversas historias a fin de evitar ser descubierta en
su conducta ilícita». Afirmaron que en el juicio no estaba «comprometida
la costumbre aymara, en la medida que no es propia de ella dejar
abandonados a menores».
***
La defensa de Gabriela Blas presentó un recurso para anular el
juicio. Argumentó que no hubo un debido proceso porque se violó la
presunción de inocencia de la acusada, no se «valoró de modo adecuado la
prueba» y los «fundamentos del fallo» eran incorrectos.
La Corte de Apelaciones de Arica acogió el recurso. El 30 de agosto
de 2010 resolvió que los jueces se equivocaron al desechar la versión de
extravío entregada por Gabriela Blas porque sólo consideraron el
testimonio de los funcionarios policiales «respecto de la conducta
mantenida por la imputada durante la pesquisa». Su comportamiento, «por
cierto errático», señaló el dictamen, «no conduce indefectiblemente a
sostener que ella dejó abandonado al menor en forma intencional en ese
lugar solitario». Y sostuvo que esa conducta se podría deber al «temor
por la reacción familiar y de la autoridad policial».
Además, la corte señaló que el fallo del tribunal era
«contradictorio»: «Por una parte se reconoce que la causa de la muerte
ha sido indeterminada por los peritos y, no obstante ello, fijan una
data cercana entre la muerte del menor y la denuncia de su extravío (sin
apoyo científico)».
Se anuló la sentencia y el juicio oral. Gabriela Blas recuperó la
libertad después de tres años y un mes en prisión preventiva. Esperó el
nuevo juicio, fijado para dos meses más, en la casa de su tía Celedonia
Choque, en Arica.
***
Esta
vez Gabriela Blas decidió no declarar. «La experiencia anterior fue muy
devastadora», señaló su abogado, Víctor Providel. «Nuestra voluntad era
que lo hiciera. Creíamos que necesitaba contar su historia a su modo,
llena de detalles que hacen que tenga sentido y lógica», comentó.
Los días previos al juicio fue sometida a un interrogatorio simulado,
«yo diría que al 50 por ciento de lo que podría hacer el Ministerio
Público», indicó el abogado, «pero no fue capaz de mantenerse entera».
Sin embargo, las condiciones eran distintas. Ahora había un fallo de
la Corte de Apelaciones local que respaldaba el modo de razonar de la
defensa. A las 9:14 del 4 de octubre del 2010, el juez presidente de la
Sala, Mauricio Vidal, leyó la acusación. En sus alegatos de apertura, la
Fiscalía y de la Defensa expusieron las mismas tesis que en el juicio
anterior. La Defensa llevó a dos testigos y tres peritos. Por su parte,
el Ministerio Público llevo siete peritos y nueve testigos: un ex
militar, dos aymaras, cinco carabineros y dos funcionarios de la PDI.
Los policías volvieron a hacer hincapié en las diversas versiones
entregadas por la acusada.
***
El juicio duró tres días. La mitad que el anterior. Esta vez los
magistrados condenaron a Gabriela Blas a 12 años de cárcel. El texto con
la formulación de los hechos que lograron establecer, «más allá de toda
duda razonable», es el mismo que el de la sentencia anterior. Las
mismas 20 líneas y 245 palabras. Como un “cortar y pegar”.
En el Tribunal Oral Penal de Arica dicen que los jueces no opinan de sus fallos. Los magistrados «hablan por sus sentencias».
En su dictamen, los jueces afirmaron que Gabriela Blas abandonó con
dolo a su hijo porque «es oriunda y conocedora de la zona en la que
había pastoreado antes» y sabía «de los peligros» que «existen en
cualquier lugar solitario, como lo es el altiplano chileno». Si vio que
dos animales se quedaban rezagados y fue a su rescate, no entendían cómo
fue que «en su posición de garante, de madre indígena conocedora de los
peligros, no se representó que la pérdida o el ataque de un animal
feroz podía acontecerle a su hijo».
Tal como los jueces del primer juicio, concluyeron que era «posible
sostener que la acusada no quería que se encontrase a su hijo»: denunció
el extravío un día después de sucedido, no fue al retén más cercano y
con su comportamiento «distrajo a la policía».
La causa de muerte era el abandono, como en el primer fallo. Con los
mismos peritajes del juicio anterior fijaron una data de muerte. «Está
claro que el niño murió en invierno, en una época cercana al abandono
(julio)».
Era sostenible, dice el segundo dictamen, que durante la búsqueda en
Alcérreca la mujer hubiera sufrido apremios y amenazas de funcionarios
policiales, «pero no en la primera (declaración), tampoco en el momento
que los carabineros se disponen a buscar al niño, oportunidad que ella
cambia la versión, incluye a Eloy García y evita la búsqueda temprana de
su hijo».
El Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y
la Ley Indígena obligan a respetar la costumbre o derecho
consuetudinario en juicios a personas de pueblos originarios. Los
magistrados señalaron que la defensa mostró a la acusada «como una mujer
indígena totalmente fuera de la cultura “occidental”». Sin embargo,
indicaron que Gabriela Blas fue al colegio «hasta sexto año básico»,
trabajó nueve meses como «empacadora de tomates en Azapa», también en un
restaurante en Zapahuira «donde sostuvo relaciones de pareja con los
camioneros que pasaban» e hizo un reclamo en la Dirección del Trabajo
por no pago de sus cotizaciones, «trámites que no podría haber efectuado
una persona con deprivación cultural». Además, el fallo indica que en
su casa de Alcérreca la PDI encontró «prendas femeninas y documentación
en el lugar, tales como toallas higiénicas y su carnet de Fonasa».
Gabriela Blas, sostiene el fallo, no respetó la costumbre descrita
por los peritos de la defensa de dejar a los menores «en una lomita para
mirarlos y no perderlos de vista». Dejó al niño en el suelo, sobre un
aguayo. Además, tal como se decía en el fallo anterior, no estaba
«comprometida la costumbre aymara, en la medida que no es propia de ella
dejar abandonados a menores».
***
Para el antropólogo Gundermann el argumento de que Gabriela Blas no
era aymara porque usaba toallas higiénicas y tenía carnet de Fonasa es
«una tontera»: «Piensa nada más en el Censo. Oficialmente en este país,
por ley, la pertenencia étnica es un acto de auto adscripción. A ti no
te preguntan si hablas la lengua mapuche, aymara o rapanui, para ser
censalmente mapuche, aymara o rapanui».
Su colega, Vivian Gavilán, dice que hubo una «desesperación de la
Defensa por argumentar que son distintos». La Defensa presentó dos
peritajes sobre los aymaras y la comunidad de Gabriela Blas: el Informe Intercultural, de Inés Flores, y Las prácticas de costumbre en el contexto de la cultural aymara,
de Alejandro Supanta, ex-funcionario de la Conadi y dirigente aymara.
«Con estos dos peritos estimamos que se lograría acreditar la
costumbre», opinó el abogado Providel. «Si me pregunta, ahora, después
de la experiencia, como una autocrítica, tal vez no fue suficiente»,
agregó.
El peritaje de Supanta señala que Gabriela Blas «no tuvo la
posibilidad de observar y convivir con una familia bien constituida».
Como ella vivía en un caserío aislado «no tuvo la oportunidad de ver a
otras familias y madres cumpliendo los roles de madre que cuidan a sus
hijos y que los preparan para enfrentar la vida adulta». A su vez, Inés
Flores indica que como Gabriela Blas llegó hasta 6º básico, estaba
impedida de «establecer diferencias entre la cultura propia y la de
otros interactuantes».
«Sin duda que una pastora puede llevar una vida en un ambiente
relativamente aislado», afirma Hans Gundermann. «Pero de ahí a que sea
una suerte de sujeto exótico, yo creo que no cabe». Gabriela Blas fue a
la escuela, sabe leer y escribir, habla español y aymara, trabajó en
distintas zonas rurales y vivió en Arica.
Inés Flores señala en su informe: «La imposición de un nuevo sistema
normativo -desde España y posteriormente desde las repúblicas- en las
comunidades aymaras, ha alterado el equilibrio individual y comunitario,
afectando la convivencia de sus miembros». Las consecuencias, escribe
Flores, «son observables en la interacción familiar de la imputada».
Pero Gundemann asegura que a lo largo de su carrera ha observado en las
comunidades aymaras «una capacidad de adecuación y adaptación, de
recrearse históricamente, bien interesante».
Supanta escribe que la mujer aymara es repudiada «cuando entra en
contacto con personas del sexo masculino». Inés Flores afirma que las
mujeres son «intimidadas psicológica, cultural y socialmente cuando son
interrogadas por hombres». «Las mujeres aymaras mayores corrigen a otras
diciendo “chacha chachallakipiniwa” (ser hombre es respeto, es
autoridad)», sostiene Flores.
Sin
emitir un juicio sobre la personalidad de Gabriela Blas, Gundermann
afirma que las mujeres aymaras «no son unos seres subordinados hasta la
abyección», «Es gente que puede vivir situaciones de subordinación, pero
que también piensan, también reaccionan». Gladys Vásquez, pastora
aymara de Estancia Viluyo, explica que antiguamente se daba ese estado
de sumisión, «pero hoy, por lo menos en nuestro sector, la relación
entre hombre y mujer es equitativa».
El comportamiento de Gabriela Blas en el retén de Carabineros, dice
el antropólogo Gundemann, se podría explicar sin recurrir a un argumento
como el del «chacha, chachallakipiniwa» (ser hombre es respeto, es
autoridad).
«Entiendo que eso ha cambiado bastante, pero hace unos 30 o 40 años
atrás, la relación con Carabineros era una relación dura», afirma
Gundnerman. «Los pobladores, y las mujeres evitaban cualquier contacto
porque no querían exponerse a burlas, agresiones verbales o incluso, en
algunos casos, a agresiones físicas». Es probable que Gabriela Blas no
sea ajena a esa historia, que pudo quedar en la memoria de sus padres o
abuelos.
El informe de la Comisión Verdad Histórica y Nuevo Trato con los Pueblos Indígenas
señala que luego del Golpe de Estado de 1973 se despliega en la zona
una ideología «asimilacionista y de frontera». Se trata de «chilenizar» a
la población, y se desconocen «las particularidades culturales propias
del pueblo aymara».
El investigador Juan Carlos Mamani, en su libro Los rostros del aymara en Chile: El caso Parinacota,
describe como Carabineros ejerció en la primera mitad del siglo XX «una
permanente coerción verbal, cargada de una ideología nacionalista y
discriminatoria sobre la población para que abandonen la lengua
indígena».
Mamani recoge el testimonio de ancianos que recuerdan como los
insultaban: «Habla como la gente», «indios de mierda», «nunca hay que
hablar aymara, huevones, sino los voy a matar». También recopiló
testimonios sobre policías interesados en aprender aymara o que les
enseñaron a los pobladores a leer y escribir. Sin embargo, como dice una
anciana de la comuna de General Lagos, de donde es Gabriela Blas:
«Grave era… los carabineros saben retar».
***
En las salas del Tribunal Oral en lo Penal de Arica hay silencio. Sin
embargo, en conversaciones informales en los pasillos del Tribunal se
repite una opinión: «¡Cómo es que seis jueces se pueden equivocar!».
Para el abogado Juan Pablo Mañalich, doctor en Derecho Penal y
profesor de la escuela de Derecho de la Universidad de Chile, «uno de
los problemas gruesos de las dos sentencias es cómo entienden los jueces
los deberes o cargas de prueba». El Ministerio Público tenía el «deber
de probar» la intención de Gabriela Blas de abandonar a su hijo para que
muriera.
Para la Fiscal Javiera López fue relevante lo que declaró Gabriela
Blas cuando presentó la denuncia en Carabineros. «Es una madre que desde
el punto de vista jurídico tiene la calidad de garante. Se supone que
su hijo se le perdió, sin embargo en esa calidad y en esa situación ella
hace lo imposible, pero lo imposible, para que no encuentren a Domingo.
Y lo logra».
La sentencia sugiere que el Ministerio Público demostró el
comportamiento «errático» de Gabriela Blas. Incluso que su versión del
extravío no era cierta. «El punto es que eso deja la cuestión en cero»,
advierte Mañalich. «No porque lo que haya declarado la imputada no es
creíble, eso lleva a un piso mínimo en el que las afirmaciones que se
tienen por verdaderas sean solo las que hace el Ministerio Público»,
añade.
En la sentencia se asume que lo que afirman los acusadores se debe
entender como verdadero, salvo que la defensa lo refute. «Eso es
inaceptable», opina Mañalich, «porque, en rigor, la defensa puede asumir
la estrategia de no hacer nada».
***
El Convenio 169 de la OIT Sobre pueblos indígenas y tribales en países independientes,
tratado internacional ratificado por Chile en 2008, garantizaba a
Gabriela Blas que se le consideraran «sus costumbres o su derecho
consuetudinario», que se respetasen los métodos de su etnia a los que
«recurren tradicionalmente para la represión de los delitos cometidos
por sus miembros», y a dar «preferencia a tipos de sanción distintos del
encarcelamiento».
«La justicia “qullana” aymara es de naturaleza preventiva, más que
punitiva», explica Tomás Alarcón, abogado y aymara peruano asesor del
Parlamento del Pueblo Qullana Aymara P.P.Q.A. «Los “amawtas” (consejeros
sabios) habrían averiguado las causas del hecho y luego ejercido una
acción de protección del binomio madre-niño», dice Alarcón.
Para Mañalich, afirmar que Gabriela Blas no es indígena porque usa
toallitas higiénicas es «una vía para explotar el prejuicio». Una
persona que pertenece a una comunidad indígena no deja de serlo si se
inserta dentro del Estado al que pertenece la comunidad. «Es una
cuestión que está zanjada en el derecho internacional», sostiene
Mañalich.
Finalmente, el tribunal le restó toda aplicabilidad al Convenio 169
cuando fijó la pena contra Gabriela Blas. El convenio dispone que deben
favorecerse sanciones no privativas de libertad y ajustadas, en lo
posible, a las costumbres del grupo étnico. Los jueces interpretaron que
su obligación era conceder ese beneficio si en nuestra legislación
hubiese «una pena alternativa o si la Ley 18.216 (que establece medidas
alternativas a las penas privativas de libertad) fuese aplicable a
sanciones superiores a los cinco años y un día», tal como lo indicaron
en la sentencia. «El problema es que eso vuelve completamente
irrelevante cualquier referencia al Convenio 169», refuta Mañalich: «Si
el argumento es que “el Convenio 169 lleva a eso si es que la ley
chilena lleva a eso”, entonces no se necesita el Convenio 169».
En el nuevo procedimiento penal no se puede pedir la nulidad de una
segunda sentencia condenatoria, «lo que hace bastante perversa la
cuestión», comenta el académico de la Universidad de Chile. Nada sugiere
que los jueces que se equivocaron una oportunidad, no lo hagan en una
segunda.
***
Después del segundo juicio se articuló un grupo de dirigentes aymaras
para denunciar lo que a juicio de ellos constituyeron arbitrariedades
en el caso de Gabriela Blas. En el grupo estaban Félix Humire (del
P.P.Q.A), Francisco Rivera (dirigente de la comunidad de Camarones) e
Inés Flores, la facilitadora intercultural. Sin embargo, «durante el
desarrollo de la investigación y el desarrollo de los dos juicios, no
hubo una especial preocupación de las comunidades indígenas sobre este
tema», dice Víctor Providel. En las audiencias solo estuvo presente
Rivera.
El grupo consiguió que las ONG Observatorio Ciudadano de los Derechos
Indígenas y Corporación Humanas patrocinaran una denuncia ante la
Comisión Interamericana de Derechos Humanos contra el Estado de Chile.
«No hay otra prueba inculpatoria contra Gabriela Blas que no sea un
testimonio contradictorio dado en condiciones de detención arbitraria e
ilegal», explica Nancy Yáñez, codirectora del Observatorio Ciudadano.
«Eso sola situación amerita una acción ante la Corte Interamericana de
Derechos Humanos», estima.
La denuncia se presentó en mayo de 2011. Se debe resolver su
admisibilidad, el primer paso para un eventual juicio en la Corte
Interamericana de Derechos Humanos. Los plazos son largos, como la
condena de Gabriela Blas.
La solicitud de indulto presidencial la presentó el diputado Orlando
Vargas del Partido Por la Democracia (PPD). La petición se aprobó el 14
de octubre del 2010, con el apoyo de todos los sectores políticos. El
pasado martes 29 de mayo el Presidente Sebastián Piñera rechazó conceder
el indulto total, pero rebajó la pena a seis años. Eso significa que
Gabriela Blas debe esperar un año más para lograr su libertad.
Gabriela Blas cumple su condena en el penal de Acha, 12 kilómetros al
sur de Arica. Su familia no la va a ver. Teje y lee la Biblia. Se hizo
Pentecostal. Cuando quede libre, quizás vuelva sobre las huellas que
trazó su hijo el día que se perdió. La llevarán al cementerio de
Alcérreca, donde una cruz de madera marca el fin del camino de Domingo
Eloy.
http://ciperchile.cl/2012/06/01/la-historia-no-contada-de-la-pastora-aymara-condenada-por-extraviar-a-su-hijo/
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